
“Ser voluntario te vacuna contra todas las tonterías de la vida diaria. Si tienes problemas, se te quitan, si estás triste, te alegras de nuevo”, Ana Barros Dir. Fundación Huellas de Solidaridad
Hace mucho tiempo, una monja de mi colegio San José de Astillero dijo que había en el Sanatorio de Pedrosa unas niñas que no podían ir a la escuela, que sería bueno ir a verlas. Estaban en la cama o en sus sillas de ruedas. Impactada y con el sentimiento de querer conocerlas empecé a visitar aquel lugar dónde vivían niñas de mi edad que no habían tenido mi suerte.
Allí conocí a Benita (una campeona, que hoy me invita a escribir sobre este tema) a Isabel, Tina, Luisina, Milagros, Rufina, Felipa… Empecé a quererlas y hoy tengo el orgullo de decir que son mis amigas, son heroínas, ¡las admiro tanto!.
Cuando empecé a salir con mi marido, Emilio Montaraz, le impliqué a él también, juntos podíamos hacer más. Emilio con su fuerza podía levantarlas en brazos y transportarlas al coche, al baño… Entonces las barreras de movilidad eran aun mas grandes.
Cuando cerró el centro de Pedrosa todas volvieron a sus casas excepto dos que no tenían la suerte de tener a sus madres esperándolas. Las ubicaron en la residencia de ancianos San Cándido, ellas eran las más jóvenes. En ese momento sentí más aún la responsabilidad de guardar tiempo todas las semanas para compartir con nuestras amigas. Cuando podíamos salíamos fuera a dar una vuelta ¡cuántos ratos buenos hemos pasado!.
En más de 40 años de voluntariado he tenido a mis hijos enfermos, padres ingresados, fallecimientos y mil cosas más familiares o profesionales (siempre he trabajado fuera de casa y dentro), pero nunca he dejado de dedicar mi tiempo semanal (poco o mucho, según las circunstancias) al voluntariado que tan feliz me ha hecho y me hace.
Los que hemos recibido más, tenemos que dar más. “Solo queda lo que das”, decía la Madre Teresa de Calcuta. Al final, cuando vuelves la vista atrás, el orgullo mayor que sientes es por lo que has dado, por lo que has servido, por lo que has amado.
Ser voluntario te vacuna contra todas las tonterías de la vida diaria. Si tienes problemas, se te quitan, si estás triste, te alegras de nuevo. Todo lo que das a cambio de nada, te compensa con creces. El ciento por uno.
Cuando en San Cándido se murió la última de las amigas, derivadas de Pedrosa, sentí que tenía que hacer voluntariado en otro lugar, conocer nuevas necesidades. Comencé hace ya dos años a asistir a la Cocina Económica, las Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl hacen una labor tan grandiosa…
Por todo lo que tenemos en esta parte del mundo, creo que ser voluntario es una obligación que nos tenemos que imponer, por justicia con la vida que nos ha dado tanto (como dice la canción) y por lo felices que somos los que hacemos voluntariado. Para mí ser voluntaria es obligatorio, si no vives para servir, no sirves para vivir.